El camino del arroyo parecía interminable,
cada paso que daba Samuel era un segundo más de desesperación. ¿Pero no se
suponía que la camiseta me iba a ayudar a encontrar la maldita casa?. Tuvo que
pasar media hora para que Samuel divisase a lo lejos una curva. Algo diferente,
el pequeño gramo de esperanza que necesitaba Samuel para poder seguir adelante,
de hecho, se sentía tan ilusionado que comenzó a correr en busca de ese ansiado
final.
Finalmente Samuel consiguió llegar a la
curva, y tras ella se encontró un muro blanco enorme que ocupaba todo el camino
en el que se encontraba una puerta azul de por lo menos 5 metros de alto, toda ella
decorada con unas extrañas imágenes que contaban una historia. Frente a la
puerta se encontraba un anciano sentado en una pequeña silla de madera. El
extraño lucía una larga y fina barba bastante cuidada; su melena blanca y las
gafas oscuras que cubrían sus ojos ocultaban su oscuro rostro. Una larga túnica
roja con el logo de la Irmandade Picheleira en el centro cubría su alto y
delgado cuerpo. Samuel se acercó a él y procuró comenzar una conversación:
- Perdone, ¿sabe usted como puedo abrir esta
puerta?¿Es el guardián de la puerta o algo así? No sé, que quiere que le diga,
con esas pintas asustar no me asusta, pero vamos… a lo mejor me sorprende con
unos poderes mágicos y me convierte en rana…
- ¿Qué opinas de los búhos?¿te fiarías de
ellos? – interrumpió el anciano.
- ¿Perdón?¿los búhos? De que cojones me
hablas… - contestó perplejo Samuel.
El anciano se saca las gafas y muestra unos
ojos rojos, como si dos diamantes rojos y brillantes se incrustasen
en sus ojos, y prosiguió:
- Los búhos observan, pero no hablan. Un búho
mirará fijamente en todo momento y nunca nadie sabrá que es lo que ha visto. Un
ser vivo con tanta responsabilidad no puede ser de fiar, porque tarde o
temprano va a explotar.
- Muy bonita la historia – comentó Samuel –
Pero no sé si sabes que son aves, y no tienen la capacidad mental de un ser
humano… Vamos, que es absurdo…
- ¡Eso nos quieren hacer creer! – interrumpió
el anciano - Pero realmente su inteligencia casi nos supera…
- A ver, anciano extraño que está sentado en
una vieja silla de madera, sabes que hubo gente que hizo estudios sobre los
búhos, vamos que está comprobado.
- ¡Porque la verdadera inteligencia no se ve!
– volvió a interrumpir el anciano -, sólo se percibe, viene de tu yo interior…
- Vamos, que no me vas a dar la razón y cada
vez me saldrás con una teoría más absurda. Mira, no he tenido un buen día, así
que deje de lado los cuentos asombrosos y dígame que tengo que hacer para abrir
la maldita puerta.
El anciano se levantó apoyándose en un
largo bastón negro que ocultaba bajo la túnica:
- Tu incredulidad me preocupa, mi querido
amigo, la cobardía de tu yo interior sale a flote. Si quieres abrir esa puerta
has de contestarme correctamente a tres preguntas.
- Si ya, las tres preguntas, como en los
caballeros de la mesa cuadrada. Pero dígame una cosa anciano, ¿dónde tenía
metido el bastón?¿se lo acaba de sacar de la túnica? – contestó Samuel
- ¡Silencio! – interrumpió el anciano –
Primera pregunta: ¿Cuál fue el personaje que ha marcado un punto y seguido
en tu recorrido picheleiro?.
Esa es fácil – contestó Samuel – El aceitunero.
El anciano asintió con su cabeza:
- Primera pregunta…. Acertada. Segunda
pregunta: Azul por dentro, naranja por fuera, si quieres que te lo diga, espera
¿qué es?
- ¿Azul por dentro? – preguntó Samuel
confusto - ¿y naranja por fuera?¿Qué cojones es eso?
- Cual es tu respuesta definitiva.
- Pero vamos a ver – prosiguió Samuel – si es
que con lo de azul y naranja, ahí me pierdo, no acabo de entender…
- ¡Cuál es tu respuesta definitiva! –
interrumpió el anciano furioso.
- Venga va, me la juego, ¡una pera!
- Segunda pregunta... Acertada. Ahora vamos por
la tercera y última…
- Espera, espera – interrumpió Samuel - ¿desde
cuando las peras son azules y naranjas?
- Aquí son azules y naranjas, mira.
El anciano mostró la mano y sobre ella
apareció una pera de color naranja partida a la mitad. Y efectivamente, su
interior era azul. Samuel sonrió:
- Claro, iluso de mi, si es que no las pienso…
A ver ¿Cuál es la última pregunta?
El anciano levanta el bastón señalando a la
puerta, ésta se abre, mostrando un nuevo mundo tras ella. El anciano se acerca a Samuel:
- La tercera pregunta la encontrarás tras la
puerta. Aquí ya no hacemos lo mismo que en los caballeros de la mesa cuadrada,
dándole un toque diferente…
- No me convences, plagio de la peli… -
contestó Samuel.
El anciano se volvió a sentar en la silla
mientras se ponía de nuevo las gafas de sol para ocultar los ojos rojos:
- Que la suerte esté contigo, amigo, yo ya he
terminado...



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