Siempre me han resultado muy molestos el constante runrún y los apupos que salen de la grada durante los partidos. Yo soy más de apreciar el futbol y de disfrutar del ambiente que de opinar abiertamente para que me oigan dos filas más abajo. Los aficionados, indudablemente, son libres para opinar, criticar o gritar lo que les plazca, son soberanos de lo que les gusta y lo que no, pero muchas veces un encuentro no es ni el lugar ni el momento más idóneo para expresarlo. Las gradas de un estadio de fútbol no deberían servir ni de megáfono político ni de gimnasio o bola antiestrés de personas incómodas con su vida.
Además, me sorprende que nadie esté a salvo de tan democrática actitud. En un instante se puede pasar del escarnio arbitral al insulto al jugador local, cómo si estos empleados amateurs de tercera división debieran ganar sus encuentros con una facilidad impropia de un campeonato serio.
Pero si hay alguien que se lleva la palma, ese es el entrenador. Esa profesión de la que todo el mundo sabe, pero que a la hora de la verdad pocos abrazan, ese selecto y martirizado grupo de apestados profesionales. En fin, una penita. Casi nadie valora uno de los trabajos más desagradecidos cuando aciertas y que más palos te acarrean cuando en tu afán por sacar un partido adelante te equivocas. Lo mismo que los jugadores de tercera, personas con sus propios problemas personales que deben estar al 100% física y mentalmente todos los encuentros para rendir al nivel que la grada espera, pero que como tenga un mal día en la oficina, le sacan la guillotina o con un poco de suerte sólo el camión de la basura.
Ni nadie es perfecto ni nadie está exento de equivocarse, y más cuando eres amateur o no profesional. Pero eso a nadie le importa.
Aunque no sé después de que nos sorprendemos cuando en los partidos de la cantera los padres se lían a mamporros entre ellos, unos padres que después liberan sus tensiones en las gradas de los equipos seniors. El fútbol está enfermo y hasta que no se ponga remedio a esta falta continuada de respeto a profesionales y compañeros de grada, ya sea de otra o de la misma afición, nada mejorará lo suficiente como para parecernos a esos lugares cívicos que nos muestra la televisión con aficionados sentados a pie de césped viendo el encuentro con tranquilidad.
Aprovecho este pequeño espacio público para mandar un fuerte abrazo a toda la familia de Michael Robinson por el mazazo que supone su enfermedad. Es un recuerdo para un exfutbolista que se convirtió en un referente mediático por su forma de hacer periodismo y que ha significado tanto para mí. Espero que todas esas historias de deportistas y personas extraordinarias le sirvan en este momento tan duro para afrontar lo que le queda de vida con fuerza y esa sonrisa que siempre alumbró su cara. Fuerza amigo.
La semana que viene el Compostela saldrá hacia Somozas para cerrar este corto diciembre, y esperará hasta el 13 de enero para cerrar la primera vuelta en casa frente al Ponte Ourense. Chao!!

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